Eran las seis y media de la mañana de un día normal. Mientras cruzábamos el puente sobre la Autopista Sur miraba apresurado el reloj para no llegar tarde al colegio de mi hija Valentina.

El viaje por lo general duraba unos cincuenta minutos, pero ahora a cada instante se alargaba más por culpa del tráfico.

Ya habíamos jugado a las adivinanzas como era de costumbre, y ahora el juego de adivinar las letras de las matrículas de los demás carros, se hacía bastante fácil,

¿Quieres que te cuente una historia? —le pregunté una vez a Valentina.

—Sí —me respondió.

Te voy a contar la historia de Angelia. Comencé más o menos así: “El cielo lloraba sin consuelo esa noche. Los ríos crecidos por la tormenta arrasaban a su paso con la esperanza. La oscuridad lo absorbía todo. El mundo temía por su futuro”.

Así empezó esta aventura. Día tras día, de camino al colegio fue evolucionando en personajes y en trama, y llegó el momento en que tuve que comenzar a escribir cada noche lo que le contaba cada mañana.

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El abuelo y Valentina pintando el cuadro que después fue la portada del libro Angelia, la criatura